1 de enero de 2010

De modernos. Y Fernández Mallo


No es tan malo no seguir teniendo 20 años.

Gracias a ese efecto de la biología, ahora la mayoría de los sábados no salgo. Y cuando son las 10 de la noche y en mi casa todos duermen, me enciendo uno de los Cohibas Espléndido (no es un adjetivo, se llaman así) que mi primo Manolo me trae en cajas de La Habana, donde vive desde hace casi 20 años. Un cigarro y tres dedos de Balvenie 12 años, doble maduración, la segunda en barricas de Sherry. Un cigarro, un whisky y un poco de Coltrane, por ejemplo, sus grabaciones para Prestige. O el silencio. Y un libro. Un cigarro, un whisky, música y un libro. Gordo, simularé ser Churchill.

A veces, si hay fútbol, pongo la tele sin voz y me voy mareando mientras a Puyol se le moja la melena.

Un sábado, pongamos que hace un mes, me leí Nocilla Experience, el segundo libro de esa colección que un amigo recomendó hasta que con el tercero descubrió que Fernádez Mallo era una mierda. El primero no me lo terminé. Ahora quería saber qué le había gustado a nuestro amigo, Marcos González Mut, uno de los lectores más finos que conozco (ja,ja,ja,ja, qué expresión más suya es esta)

Habla de Cortázar, como en Nocilla Lab hablaba de Auster.

El estilo es el que le gustaba a Marcos. Fragmentado. Películas, canciones, tipos que son grueros en Nueva York y tipos que no salen jamás de casa y cultivan la soledad con una radicalidad de monja violada y devota. Sr. Chinarro (looos amores reñidos serán, tooooodooo lo que tuuu quieeeeras,)

Aunque el libro citado es Rayuela, Cortázar hizo varios libros que se parecen más a esto de Mallo: Último round, o La vuelta al día en ochenta mundos, por ejemplo

Hoy en la radio he escuchado a otro tipo que le van a publicar un libro con las entradas de su blog. Creo que este es taxista. Como me estaba duchando, no me he enterado bien de qué iba la cosa.

Fernández Mallo tiene el interés, para los de letras, de que es físico, le gusta serlo, y entonces mete ecuaciones o habla de Einstein o de la forma del universo. Para los de ciencias no sé qué interés tiene. Ya me diréis.

¿Literatura para leer en el metro? ¿En los anuncios de una serie? ¿En las esperas de los aeropuertos? ¿Tolstoi es ahora un bloguero? ¿Nos estamos tomando el pelo y eso es lo que nos gusta, tomarnos el pelo?

Esos libros que os decía de Cortázar, al final, no eran más que la suma de los textos cortos que le iban llenando las carpetas (o lo cajones, que es una imagen más literaria). Un poco como esos libros de artículos de Javier Marías o de Pérez Reverte en el que se antologan las páginas que publican en los dominicales.

¿Es eso?. Si el futuro ya es, y las cien páginas seguidas de la tercera entrega del Proyecto Nocilla sonaban a Auster y a antiguo, entonces los libros van a ser eso, las líneas que quepan en un pantalla, sin cursor. Pantallazo, pantallazo.

No me parece mal. Los libros de mis estanterías me pesan en el alma como una amistad de años de la que no sabes separarte. Creo que disfrutaré cuando dedique un trayecto del AVE a pasar, en la pantalla de cualquier artilugio de Apple, del principio de Anna Karenina a la quema de Moscú de Guerra y Paz o a aquella nota de sus diarios en la que decía que nada de interés se podía escribir si en tus pasillos se aparcaban cochecitos de niño.

El primer sábado, hace años, en el que en casa me encendí un cigarro (el primero, un Montecristo del 3) y me puse un whisky, me releí La metamorfosis y desde entonces es que recuerdo que Gregor se pasa las noches aprendiéndose trayectos de tren.

¿Es compatible eso con llevar bambas All Star negras compradas en Nueva York?

¿Son modernos Murakami y Auster? ¿Son modernos dos tipos de más de 60 años?

Bueno.

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